Leyendas Nacionales VIII

24 mayo 2018
Leyendas Nacionales VIII

Cuenta la leyenda, que en lo que hoy es la provincia de Buenos Aires, hace mucho tiempo cuando la tierra recién había nacido, vivían el Sol y la Luna. El Sol era el dueño de toda la luz y la fuerza del mundo; la Luna, blanca y hermosa, era dueña de la sabiduría y de la paz. Un día, se cansaron de estar solos y, andando por la tierra, crearon las llanuras, las lagunas y los ríos. Poblaron de peces las aguas y de otros animales la tierra ¡Qué felices se sentían de verlos saltar y correr por sus dominios! Satisfechos de su obra decidieron regresar al cielo, pero antes crearon a los hombres y a las mujeres, para que cuidaran de sus tierras y animales.

Así pasó el tiempo, los días y las noches. Los hombres y mujeres se sentían protegidos por sus dioses, adoraban al Sol y la Luna y les ofrecían sus cantos y sus danzas. Un día vieron que el Sol dejaba poco a poco de brillar y sus tierras ya no eran tan verdes ¿Qué pasaba? Pronto se dieron cuenta que un Dios celoso en forma de puma con alas molestaba y atacaba al bondadoso Sol, queriendo destruirlo para quedarse con su lugar en los cielos. Los hombres no lo pensaron y se prepararon para defenderlo. Empezaron a arrojar sus flechas al intruso hasta que por fin uno dio en el blanco y el animal cayó lastimado a tierra, estremeciéndola con sus rugidos. Tan enorme era que nadie se atrevía a acercarse y lo miraban, asustados, desde lejos.

El sol recuperó su brillo y los pastos volvieron a su hermoso color verde. Cuando salió la Luna vio al puma allá abajo, tendido y rugiendo. Ella no le tuvo miedo, pero sí mucha lástima al ver que no había dejado de envidiar el poder del Sol y cada vez que lo veía se estremecía más de la envidia. Compadecida quiso acabar con su sufrimiento y desató una lluvia de piedras para que lo cubrieran y no dejaran que viera más al Sol para así dejarlo descansar en paz. Tantas eran las piedras que lo cubrieron y tan enormes que formaron sobre el puma una sierra: la Sierra de Tandil. La última piedra cayó sobre la punta de la flecha que todavía asomaba del puma y allí se quedó clavada. Allí quedó descansando para siempre, el puma. Pero cuando el Sol paseaba por los cielos, despertaba y se estremecía de celos por su poder y al moverse hacía que la piedra suspendida en la punta de la sierra también se moviera. Es por eso que le pusieron el nombre de la piedra “movediza” de Tandil.

 

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