Cuenta la leyenda, que en lo que hoy es la provincia de Buenos Aires, hace mucho tiempo cuando la tierra recién había nacido, vivían el Sol y la Luna. El Sol era el dueño de toda la luz y la fuerza del mundo; la Luna, blanca y hermosa, era dueña de la sabiduría y de la paz. Un día, se cansaron de estar solos y, andando por la tierra, crearon las llanuras, las lagunas y los ríos. Poblaron de peces las aguas y de otros animales la tierra ¡Qué felices se sentían de verlos saltar y correr por sus dominios! Satisfechos de su obra decidieron regresar al cielo, pero antes crearon a los hombres y a las mujeres, para que cuidaran de sus tierras y animales.
Así pasó el tiempo, los días y las noches. Los hombres y mujeres se sentían protegidos por sus dioses, adoraban al Sol y la Luna y les ofrecían sus cantos y sus danzas. Un día vieron que el Sol dejaba poco a poco de brillar y sus tierras ya no eran tan verdes ¿Qué pasaba? Pronto se dieron cuenta que un Dios celoso en forma de puma con alas molestaba y atacaba al bondadoso Sol, queriendo destruirlo para quedarse con su lugar en los cielos. Los hombres no lo pensaron y se prepararon para defenderlo. Empezaron a arrojar sus flechas al intruso hasta que por fin uno dio en el blanco y el animal cayó lastimado a tierra, estremeciéndola con sus rugidos. Tan enorme era que nadie se atrevía a acercarse y lo miraban, asustados, desde lejos.
El sol recuperó su brillo y los pastos volvieron a su hermoso color verde. Cuando salió la Luna vio al puma allá abajo, tendido y rugiendo. Ella no le tuvo miedo, pero sí mucha lástima al ver que no había dejado de envidiar el poder del Sol y cada vez que lo veía se estremecía más de la envidia. Compadecida quiso acabar con su sufrimiento y desató una lluvia de piedras para que lo cubrieran y no dejaran que viera más al Sol para así dejarlo descansar en paz. Tantas eran las piedras que lo cubrieron y tan enormes que formaron sobre el puma una sierra: la Sierra de Tandil. La última piedra cayó sobre la punta de la flecha que todavía asomaba del puma y allí se quedó clavada. Allí quedó descansando para siempre, el puma. Pero cuando el Sol paseaba por los cielos, despertaba y se estremecía de celos por su poder y al moverse hacía que la piedra suspendida en la punta de la sierra también se moviera. Es por eso que le pusieron el nombre de la piedra “movediza” de Tandil.