Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo, a orillas del río Iguazú tenían sus poblados los guaraníes, que vivían felices en las fértiles tierras dónde también habitaba el dios Boi quién era el protector de la tribu.
Un día Boi se enamoró de la hija de Igobi, el cacique de la aldea, una hermosa joven llamada Naipí. Pidió su mano ante el cacique, quien eternamente agradecido con su protector, no dudó en aceptar sin siquiera consultar con su hija.
El día de la ceremonia, invitaron a todas las tribus vecinas. Tarobá, un joven de la tribu del sur se enamoró perdidamente de Naipí apenas la vio, hasta el punto que decidió hablar con el cacique para pedir la mano de la joven, que también se había enamorado de él; pero el cacique no se lo permitió.Tarobá no se rindió, así que planificó escapar con Naipí antes de la ceremonia, en una canoa que tendría preparada kilómetros adelante.
Naipí esperó a que todos se distrajeran y se escapó para encontrarse con su amado. Nadie se dio cuenta excepto Boi quien, furioso por no ser correspondido, la persiguió y justo antes de que los jóvenes se encontraran, elevó la tierra y una parte del río se levantó por sobre otra, haciendo que se formara una gran catarata que separó a los dos enamorados, dejando a Naipí en la cima y a Tarobá debajo, sin poder alcanzarla. Pero esto no bastó para él, así que transformó a Tarobá en un árbol, con sus ramas inclinadas hacia arriba como queriendo alcanzar a Naipí, a quién convirtió en una piedra ubicada justo en centro del río, en la parte más alta dónde comenzaba a caer la catarata. Luego él se adentró en una gran cueva para poder vigilarlos e impedir que se unieran de alguna manera.
Por eso, en días en que el sol sale con intensidad, surge un arco iris que enlaza al árbol con la roca permitiendo que durante un momento los jóvenes enamorados se encuentren a pesar de la oposición de Boi.