“Patria es donde uno jugó de niño”: Lo local, el cuidado y la educación de la primera infancia

28 septiembre 2017
“Patria es donde uno jugó de niño”: Lo local, el cuidado y la educación de la primera infancia

Juego, luego existo

¿De dónde sos?”, pregunta la maestra de un Centro de Desarrollo Infantil municipal de La Matanza.

 

De “La Toma”, responde el niño de cinco años.

 

“¿De dónde sos?”, pregunta un joven a una bella muchacha en la terminal de micros de Tucumán.

 

“De Iruya”, contesta, ruborizada, sorprendida.

 

“¿De dónde sos?, pregunta un chico con la camiseta de Messi del Barcelona a otro que tiene la de Ronaldo del Real Madrid, en la canchita de pasto sintético de un club de fútbol infantil, en el barrio de Belgrano de la Ciudad de Buenos Aires.

 

“De Amenábar”, le dice y se va a patear al arco, con sus siete años a cuestas.

 

Maradona es de Fiorito, Tévez de Fuerte Apache, Del Potro de Tandil, Fito Páez de Rosario. Todos somos de algún lado. Todos somos de donde jugamos cuando éramos chicos, ese es el origen, lo propio. Jugar es la actividad central en las primeras etapas de la vida, es el juego infantil una de las principales experiencias que conforma nuestra identidad, nos marca, nos conforma, nos transforma. El lugar donde jugamos de niños nos posiciona en un tiempo y un espacio original y personal, que será una marca, un tatuaje, para el resto de nuestra vida.

 

Jugar es una actividad fundante, necesaria y propia del ser humano. La misma se plantea como condición para la socialización, ya que a través de ella incorpora normas, valores y costumbres del contexto en el que se desarrolla. El jugar es generador de sentido y de pertenencia, tanto individual como colectiva. Es fundamental a lo largo de toda la vida y universal a todas las culturas. En el juego los niños y niñas se comprometen tomando una posición activa: imaginan, inventan, crean, conocen y actúan explorando con todos sus sentidos.

 

Existo, ergo habito

Los chicos juegan donde habitan, y en Argentina viven 3.764.736 niños y niñas de hasta cuatros años de edad (1)  y cerca de 755.000 nacen

cada año (2) Hay algunos pocos más varones que mujeres y casi el 94% vive en espacios urbanos. Esos más de tres millones y medio de chicos y chicas irrumpen a la vida en casas, departamentos, casillas, ranchos, countrys y, algunos pocos, lo hacen en instituciones alejados de sus familias y otros en las calles.

Estos ámbitos, donde se desarrollará una buena parte de los primeros años de sus vidas, se encuentran enclavados en calles, avenidas, barrios, villas; estas agrupadas en pueblos y ciudades que se constituyen en sitios de promesas de oportunidades económicas y bienestar social y, al mismo tiempo, sitios de pobreza masiva, de una desigualdad cada vez más profunda y de exclusión social. Bourdieu (1999) señala que el espacio habitado (o apropiado) funciona como una especie de simbolización espontánea del espacio social, que se retraduce en la estructura espacial de la distribución de los bienes o servicios, privados o públicos, transformándose en una de las mediaciones a través de las cuales las estructuras sociales se convierten en estructuras mentales y en sistemas de preferencias que son motivo de luchas por su apropiación material o simbólica.

 

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La distribución desigual del espacio social, como una de las formas en que se manifiesta la desigualdad de la distribución de la riqueza, condiciona al bienestar de la infancia y las familias, en especial de las mujeres madres trabajadoras (Mazzola, 2016). Seis de cada diez niños del país pertenecen al 40% más pobre de la población que concentra sólo el 15% de los ingresos producidos, mientras que, menos de uno de cada diez niños y niñas (8,5%) pertenece al 20% más rico, que concentra el 46,5% del ingreso (3).

 

Si nuestra sociedad es desigual, los chicos nacen, crecen y se desarrollan en esa desigualdad. Se trata de un fenómeno multidimensional, complejo y estructural del capitalismo y no se refiere únicamente a cuestiones económicas, sino que atañe a todos los aspectos de la vida y afecta al conjunto de la experiencia social, como la clase social, el género, la edad, la etnia, la condición migrante, los consumos culturales, y otras formas de clasificación social. El acceso a los recursos productivos no depende sólo de las características individuales, sino de historias, trayectorias, y de los diversos dispositivos institucionales que operan en función de las mencionadas dimensiones sociales y de otros aspectos estructurales que forman el contexto en el que los individuos utilizan sus recursos.

 

Esa fuerte relación entre el espacio habitado, el poder y el bienestar de los más pequeños impacta directamente en el desarrollo de sus capacidades y a la vez, en el desarrollo económico de la sociedad. Si bien se mezclan factores que podrían considerarse parte

del bienestar presente con otros vinculados al bienestar futuro, es lógico que así suceda, ya que la niñez es una etapa crucial que deja huellas a lo largo de toda la vidade las personas.

 

Los ambientes del desarrollo

Myers (1992) explicaba (mucho antes de que las neurociencias centralicen el discurso justificatorio de por qué los Estados debían invertir en la Primera Infancia), que tanto los factores biológicos como los ambientales son importantes para el desarrollo del niño/a. Estos son los familiares, los comunitarios, las instituciones sociales y la cultura y la ideología.

 

Las familias y la comunidad

En el proceso de desarrollo el niño interactúa en el marco familiar, con las personas encargadas de cuidarlo y criarlo: fundamentalmente la madre, el padre, hermanos, abuelos y abuelas y otros adultos significativos. En una relación de influencia mutua, el niño o la niña crecerán en el marco de familias que pueden diferir mucho en su capacidad y condición para satisfacer las necesidades de protección, alimento, salud, amor, seguridad, estimulación y exploración del mundo que lo rodea. A la vez la presencia y las condiciones de vida de cada niño o niña influyen y ponen a prueba las prácticas familiares. Familias que, como cita Siede (2015), han sufrido profundas transformaciones a lo largo de las últimas décadas, como la gradual transformación de su rol como unidad productiva, debido a las transformaciones en la estructura productiva; los procesos de creciente individuación y autonomía de jóvenes y mujeres, que debilitan el modelo patriarcal y; la separación entre sexualidad y procreación, que lleva a una diversidad de formas de la expresión de la sexualidad fuera del contexto familiar y a transformaciones en los patrones de formación de las familias.

 

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Adrián Rozengardt: Docente. Magister en planificación y gestión de políticas y programas sociales, FLACSO Argentina. Doctorando en Ciencias Sociales, FLACSO Argentina. Fue Director General Adjunto de Niñez de la Ciudad de Buenos Aires, Coordinador del Plan Nacional de Acción por los derechos de niñas, niños y adolescentes 2008-2011 y Director Nacional de gestión de la Comisión de promoción y asistencia de los Centros de Desarrollo Infantil de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia Argentina.

Artículo publicado en POR ESCRITO N°11 (Niñez local y educación).

 

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